La historia del Martin Lutero, en donde
nos da a conocer como Martin Lutero hizo para dar inicio a un movimiento
protestante contra la iglesia Romana.
Lutero mediante el
estudio dedicado a la Biblia comenzó a interpretar la palabra de Dios desde su
punto de vista y a darse cuenta de la
corrupción que existía dentro la misma iglesia católica, con lo que explico la
realidad guiándose de la palabra de Dios por consiguiente escribió varias tesis
con lo relacionado a esto por lo que fue llamado a un juicio ante el Papa y aun así Martin Lutero no se retracto ante
lo que hizo en consecuencia Lutero fue acusado de hereje y excomulgado en
ocasiones acusado a muerte y sufrir torturas. Sin embargo Lutero fue ayudado a
escapar y se dedico a traducir la Biblia del Latín a alemán para que todos
conocieran la palabra de Dios.
Cristo acompañando
domingo, 26 de abril de 2015
Martín Lutero
Hijo de Hans y Margarette Luder, Martín
nació el 10 de noviembre de 1483, y fue bautizado el día que se celebraba la
festividad de San Martín de Tours. En 1484 la familia se trasladó a Mansfeld,
donde su padre dirigía varias minas de cobre. Habiéndose criado en un medio
campesino, Hans Lutero ansiaba que su hijo llegara a ser funcionario civil para
darle más honores a la familia. Con este fin, envió al joven Martín a varias
escuelas en Mansfeld, Magdeburgo y Eisenach.
En 1501, a los 18 años, Lutero ingresó
en la Universidad de Erfurt, donde tocaba el laúd y recibió el apodo de El
filósofo.
Lutero recibió el grado de bachiller en
1502 y una maestría en 1505, como el segundo de 17 candidatos. Siguiendo los
deseos de su padre, se inscribió en la Facultad de Derecho de esta universidad.
Pero todo cambió durante una tormenta eléctrica en 1505. Un rayo cayó cerca de
él mientras regresaba de una visita a la casa de sus padres. Aterrorizado,
gritó: «¡Ayuda Santa Ana! ¡Me haré monje!». Salió con vida y abandonó la
carrera de Derecho, vendió sus libros con excepción de los de Virgilio y entró
en el monasterio agustino de Erfurt el 17 de julio de 1505.
El joven Lutero se dedicó por completo a
la vida del monasterio, empeñándose en realizar buenas obras con el fin de
complacer a Dios y servir a otros mediante la oración por sus almas. Su vida se
complicó cuando se dedicó con mucha intensidad al ayuno, a las flagelaciones, a
largas horas en oración, al peregrinaje y a la confesión constante. Cuanto más
intentaba agradar a Dios, más se daba cuenta de sus pecados.
Johann von Staupitz, el superior de
Lutero, concluyó que el joven necesitaba más trabajo para distraerse de su
excesiva reflexión, y ordenó al monje que comenzara una carrera académica.
En 1507 Lutero fue ordenado sacerdote, y
en 1508 comenzó a enseñar Teología en la Universidad de Wittenberg. Lutero
recibió su grado de bachiller en Estudios Bíblicos el 9 de marzo de 1508.
El 21 de octubre de 1512 fue "recibido
en el Senado de la Facultad de Teología", dándole el título de Doctor en
Biblia. En 1515 fue nombrado vicario de su orden, quedando bajo su cargo once
monasterios.
Durante esta época estudió el griego y
el hebreo para profundizar en el significado y los matices de las palabras
utilizadas en las Escrituras, conocimientos que luego utilizaría para la
traducción de la Biblia judía.
domingo, 19 de abril de 2015
Reflexión de la película: Visión
La película hace
hincapié en el aspecto feminista sobre el religioso, resaltando la fuerte
personalidad de la protagonista frente a las presiones recibidas por los
distintos poderes, y recreando artísticamente un mundo que salía de los temores
milenaristas entregándose a la oración y a la penitencia.
Con un punto de
frialdad y un exceso de solemnidad en algunos momentos —sobre todo por una
música enfática— “Visión: La historia de Hildegard Von Bingen” se acerca a esta
mujer culta y santa, y nos muestra su firmeza para llevar a cabo la misión
divina de escribir sus visiones.
Un convencimiento
que la llevó a enfrentarse a clérigos y costumbres de su época —con algunas
reformas en la regla benedictina, como construir su propio convento y separarse
de los monjes—, a entrevistarse con nobles y obispos, y llegar incluso hasta el
mismo Papa o el emperador Barbar roja.
Biografía Hildegarda de Bingen
Santa Hildegarda
de Bingen fue una abadesa alemana que
vivió durante la Edad Media, siglo XII. Desarrolló una intensa labor religiosa,
científica, artística e incluso política, fundó dos monasterios y mantuvo
correspondencia con reyes, emperadores y papas. Escribió varios libros, algunos
de ellos enciclopédicos, incluido dos tratados sobre ciencia y medicina
(“Physica” y “Causae et curae”). Durante toda su vida experimentó visiones que
interpretó como una iluminación divina, y que relató y plasmó como alegóricos
grabados en algunas de sus obras (“Scivias”, “Liber Divinorum operum simplicis
hominis” y “Liber vitae meritorum”). Además, también tuvo episodios de éxtasis
místico, atribuidos posteriormente a episodios migrañosos.
Fue además de
científica, música, y filósofa, una espléndida escritora cuyas obras,
sorprendentemente, nos hablan de temas tan actuales como el lugar del hombre en
el cosmos, el medio ambiente y el papel de la mujer en la sociedad: toda una
sabiduría medieval que la sociedad contemporánea empieza a descubrir.
Nacida en
Alemania en el año 1098, Hildegarda de Bingen será un personaje desconocido
hasta la edad de 40 años, cuando por fin su nombre empiece a sonar más allá del
convento en el que permanecía recogida, a orillas del Rin. En esa época, en
efecto, pone por escrito las sorprendentes visiones que venía experimentando
desde su niñez y, muy pronto, el libro resultante desata pasiones y
controversias en toda Europa: recibe la aprobación del Sumo Pontífice y los
obispos; el eco de sus sermones resuena, entre otras, en las catedrales de
Colonia y Maguncia; y todo el mundo acude a ella para consultarle cualquier
tipo de asuntos, desde la gente más humilde hasta el emperador Federico
Barbarroja.
Pero, por encima
de todo, Hildegarda no deja de escribir. Sus tres grandes libros de visiones,
entre ellos el célebre Scivias, describen un universo infinito, en plena
expansión, que se asemeja mucho al de los astrofísicos de nuestros días. Y sus
dos tratados de medicina «sutil» —los únicos escritos en el occidente cristiano
en el siglo XII— se consideran todavía hoy un hito en la materia...
Poco a poco,
así, el extraordinario destino de Hildegarda de Bingen llega a poner en
entredicho el asfixiante racionalismo de nuestros días y a encarnar a la
perfección un saber diferente, intuitivo, místico y visionario: un verdadero
bálsamo para nuestra locura cotidiana.
lunes, 6 de abril de 2015
Biografía de Monseñor Óscar Arnulfo Romero
(Óscar Arnulfo Romero y Galdames; Ciudad Barrios, 1917 - San Salvador, 1980) Arzobispo salvadoreño. Formado en Roma, inició su carrera eclesiástica como párroco de gran actividad pastoral, aunque opuesto a las nuevas disposiciones del Concilio Vaticano II. En 1970 fue nombrado obispo auxiliar de El Salvador, y en 1974 obispo de Santiago de María.
En esta sede comenzó a aproximarse a la difícil situación política de su país, donde desde hacía décadas gobernaba el Ejército. Se implicó de lleno en la cuestión una vez nombrado arzobispo de El Salvador en 1977. Sus reiteradas denuncias de la violencia militar y revolucionaria, que llegaba hasta el asesinato de sacerdotes, le dieron un importante prestigio internacional. Ello no impidió que, al día siguiente de pronunciar una homilía en que pedía a los soldados no matar, fuese asesinado a tiros en el altar de su catedral.
Óscar Arnulfo Romero
Era hijo de Santos Romero y Guadalupe Galdámez, ambos mestizos; su padre fue de profesión telegrafista. Estudió primero con claretianos, y luego ingresó muy joven en el Seminario Menor de San Miguel, capital del departamento homónimo. De allí pasó en 1937 al Colegio Pío Latino Americano de Roma, donde se formó con jesuitas. En Roma, aunque no llegó a licenciarse en Teología, se ordenó sacerdote (1942).
El año siguiente, una vez vuelto a El Salvador, fue nombrado párroco del pequeño lugar de Anamorós (departamento de La Unión), y luego párroco de la iglesia de Santo Domingo y encargado de la iglesia de San Francisco (diócesis de San Miguel). Trabajador y tradicionalista, solía dedicarse a atender a pobres y niños huérfanos. En 1967 fue nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES), estableciendo su despacho en el Seminario de San José de la Montaña que, dirigido por jesuitas, era sede de la CEDES. Tres años después el papa Pablo VI lo ordenó obispo auxiliar de El Salvador.
Crítico por entonces de las nuevas vías abiertas por el Concilio Vaticano II (1962-1965), Monseñor Romero no tuvo buenas relaciones con el arzobispo Chávez y González, ni tampoco con un segundo obispo auxiliar, Arturo Rivera y Damas. Movido por aquella postura, cambió la línea del semanario Orientación (que desde entonces disminuyó notablemente su difusión). También atacó, sin demasiado efecto, al Externado de San José y a la Universidad Centroamericana (UCA), instituciones educativas dirigidas por jesuitas y, finalmente, a los propios jesuitas, contribuyendo a apartarlos en 1972 de la formación de seminaristas (sustituidos por sacerdotes diocesanos y nombrado él mismo Rector, el Seminario debió cerrar medio año después).
A pesar de esta serie de fracasos, gozaba del apoyo del Nuncio Apostólico de Roma, y fue nombrado obispo de Santiago de María en 1974. De gran dedicación pastoral, promovió asociaciones y movimientos espirituales, predicaba todos los domingos en la catedral, y visitaba a los campesinos más pobres. Bien visto por ello entre los sacerdotes de su diócesis, se le reprochó cierta falta de organización y de individualismo. En 1975, el asesinato de varios campesinos (que regresaban de un acto religioso) por la Guardia Nacional le hizo atender por primera vez a la grave situación política del país.
Así, cuando el 8 de febrero de 1977 fue designado arzobispo de El Salvador, las sucesivas expulsiones y muertes de sacerdotes y laicos (especialmente la del sacerdote Rutilio Grande) lo convencieron de la inicuidad del gobierno militar del coronel Arturo Armando Molina. Monseñor Romero pidió al Presidente una investigación, excomulgó a los culpables, celebró una misa única el 20 de marzo (asistieron cien mil personas) y decidió no acudir a ninguna reunión con el Gobierno hasta que no se aclarase el asesinato (así lo hizo en la toma de posesión del presidente Carlos Humberto Romero del 2 de julio). Asimismo, promovió la creación de un "Comité Permanente para velar por la situación de los derechos humanos".
El Nuncio le llamó al orden, pero él marchó en abril a Roma para informar al Papa, que se mostró favorable. En El Salvador, el presidente endureció la represión contra la Iglesia (acusaciones a los jesuitas, nuevas expulsiones y asesinatos, atentados y amenazas de cierre a medios de comunicación eclesiásticos). En sus homilías dominicales en la catedral y en sus frecuentes visitas a distintas poblaciones, Monseñor Romero condenó repetidamente los violentos atropellos a la Iglesia y a la sociedad salvadoreña.
En junio de 1978 volvió a Roma y, como la vez anterior, fue reconvenido por algunos cardenales y apoyado por Pablo VI. Continuó, pues, con idéntica actitud de denuncia, ganándose la animadversión del gobierno salvadoreño y la admiración internacional. La Universidad de Georgetown (EE.UU.) y la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) le concedieron el doctorado honoris causa (1978 y 1980 respectivamente), algunos miembros del Parlamento británico le propusieron para el Premio Nobel de la Paz de 1979, y recibió en 1980 el "Premio Paz", de manos de la luterana Acción Ecuménica de Suecia.
Aunque no hay certezas al respecto, se ha afirmado que el 8 de octubre de 1979 recibió la visita de los coroneles Adolfo Arnoldo Majano Ramos y Jaime Abdul Gutiérrez, quienes le comunicaron (también al embajador de Estados Unidos) su intención de dar un golpe de estado sin derramamiento de sangre; llevado a efecto el 15 de octubre, Monseñor Romero dio públicamente su apoyo al mismo, dado que prometía acabar con la injusticia anterior. En enero de 1980 hizo otra visita más a Roma (la última había sido en mayo de 1979), ahora recibido por Juan Pablo II, que le escuchó largamente y le animó a continuar con su labor pacificadora.
Insatisfecho por la actuación de la nueva Junta de Gobierno, intensificó los llamamientos a todas las fuerzas políticas, económicas y sociales del país, la Junta y el ejército, los propietarios, las organizaciones populares, sus sacerdotes e incluso a los grupos terroristas para colaborar en la reconstrucción de El Salvador y organizar un sistema verdaderamente democrático. El 17 de febrero de 1980 escribió una larga carta al presidente estadounidense Jimmy Carter, pidiéndole que cancelase toda ayuda militar, pues fortalecía un poder opresor.
Finalmente, el 23 de marzo, Domingo de Ramos, Monseñor Romero pronunció en la catedral una valiente homilía dirigida al Ejército y la Policía. Al día siguiente, hacia las seis y media de la tarde, durante la celebración de una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, fue asesinado en el mismo altar por un francotirador. Se atribuyó el crimen a grupos de ultraderecha, afirmándose que la orden de disparar habría sido dada por el antiguo Mayor Roberto D'Aubuisson (uno de los fundadores, posteriormente, del partido Alianza Republicana Nacionalista, ARENA); sin embargo, no se detuvo a nadie y todavía en la actualidad permanecen sin identificación y castigo los culpables.
LAS CRUZADAS
LAS CRUZADAS
El siglo XI fue el apogeo de la fe cristiana, donde la ilusión de una Europa unificada bajo la autoridad papal, parecía ser una realidad palpable.
Esta época gloriosa se empañó cuando los turcos seléucidas abrazaron el islam y se opusieron a toda fe distinta de la suya. Con el objetivo de eliminar a sus adversarios religiosos, atacaron el imperio de Oriente y se apoderaron del Asia menor.
Los peregrinajes a Tierra Santa fueron prohibidos y el odio se hizo evidente entre estos fanáticos musulmanes y los caballeros, que también habían jurado defender la fe católica aún a riesgo de sus vidas.
Con el objetivo de erradicar a los infieles musulmanes de Tierra Santa, enarbolando una bandera que mostraba como símbolo una cruz roja, se inició la Guerra Santa, por orden del Papa Urbano II.
Los cruzados obtenían privilegios terrenales por participar en estas campañas y sobre todo los motivaba hallar la salvación espiritual al luchar por los ideales cristianos.
Hubo en total ocho cruzadas, entre los siglos XI y XIV.
La Primera Cruzada, desarrollada entre 1096 y 1099, estaba integrada por una parte por la llamada Cruzada de los pobres, que reunió desorganizadamente a mucha gente humilde, dirigidas por Pedro el Ermitaño. Este grupo fue literalmente masacrado.
Mejor suerte corrió la llamada Cruzada de los Príncipes, más organizados, con fuerzas provenientes de Francia, Países Bajos y Sicilia, que pudieron tomar Jerusalén en 1909 y obtener cuantiosas ganancias con las que crearon cinco estados feudales (entre ellos, el reino de Jerusalén, el principado de Antioquia, el condado de Odessa y el de Trípoli) y numerosos castillos. Sin embargo, no midieron el costo de la represalia que no tardó en llegar. Los turcos se apoderaron de uno de los cinco estados, el de Odessa.
La Segunda Cruzada fue organizada por San Bernardo, y en ella tomaron injerencia activa los reyes cristianos, sobre todo el de Francia, Luis VII y el emperador germano Conrado III, pero no obtuvo los logros esperados.
Los turcos reconquistaron Jerusalén en el año 1171, gracias a la acción unificadora de los reinos musulmanes, realizada por Saladino, sultán de Siria y Egipto, hombre de gran carácter y humanidad que ocupó además toda la Siria musulmana y una parte de los países situados más allá del Éufrates medio.
Todo se precipitó por la acción de Reinaldo de Châtillon, que se dedicó a violar las treguas y a la piratería, e incluso atacó la caravana que integraba la hermana de Saladino, quien fue asesinada, provocando la ira del sultán, quien juró venganza. Esta se concretó luego de la derrota cristiana en la batalla de Cuernos de Hattin ocurrida el 4 de julio de 1187, oportunidad en la que Saladino ejecutó al asesino de su hermana.
El fracaso de la Tercera Cruzada puede atribuirse a la enemistad entre Francia e Inglaterra y entre el imperio de Oriente y los cristianos de Occidente. Fue convocada por el papa Gregorio VIII, con la participación de numerosos monarcas, entre los que se destacó Ricardo Corazón de León, que logró apoderarse de Acre el 13 de julio de 1191, y se puso al frente de la Cruzada, firmando una tregua con Saladino, iniciándose un período de paz, a pesar de la muerte del sultán ocurrida pocos meses después.
La Cuarta Cruzada fue contra Egipto, por ruta marítima y no incluyó monarcas, estando organizada por el Papa Inocencio III en el año 1199. Sin embargo una confabulación entre quienes dirigían la Cruzada dirigió el objetivo hacia Constantinopla.
Llegados a Bizancio instalaron en el mando a Alejo IV, quien fue depuesto recayendo el mando en Alejo V; pero los Cruzados lograron imponerse y exterminaron a los cristianos ortodoxos, determinando la extinción del Imperio Bizantino, que quedó sumamente debilitado, oportunidad que luego aprovecharían los turcos en 1453, para asestar el golpe definitivo. Fue una cruzada de cristianos contra cristianos.
Las siguientes cruzadas recibieron el nombre de bálticas, por estar dirigidas contra los paganos de la cuenca del báltico y fueron realizadas entre los siglos XII y XVI, por Dinamarca, Alemania y Suecia.
La Quinta Cruzada fue obra de Inocencio III y se llevó a cabo en el año 1218, con la intención de conquistar Egipto, pero fracasó.
La Sexta Cruzada se realizó sin permiso papal, en el año 1228 y fue realizada por Felipe II. Logró reconquistar Belén, Nazareth y Jerusalén, convirtiéndose en su rey por decisión personal, aunque Jerusalén fue nuevamente ocupada en el año 1224.
La toma de Jerusalén motivó la Séptima Cruzada, organizada por el rey Luis IX de Francia, pero fue un fracaso rotundo, culminando con su líder prisionero.
Sin embargo, no desalentado aún, Luis IX, una vez en libertad, organizó la Octava Cruzada en el año 1269, con peor suerte aún que la anterior, ya que falleció en Túnez víctima de la peste junto a una gran parte de su ejército en el año 1270.
El siglo XI fue el apogeo de la fe cristiana, donde la ilusión de una Europa unificada bajo la autoridad papal, parecía ser una realidad palpable.
Esta época gloriosa se empañó cuando los turcos seléucidas abrazaron el islam y se opusieron a toda fe distinta de la suya. Con el objetivo de eliminar a sus adversarios religiosos, atacaron el imperio de Oriente y se apoderaron del Asia menor.
Los peregrinajes a Tierra Santa fueron prohibidos y el odio se hizo evidente entre estos fanáticos musulmanes y los caballeros, que también habían jurado defender la fe católica aún a riesgo de sus vidas.
Con el objetivo de erradicar a los infieles musulmanes de Tierra Santa, enarbolando una bandera que mostraba como símbolo una cruz roja, se inició la Guerra Santa, por orden del Papa Urbano II.
Los cruzados obtenían privilegios terrenales por participar en estas campañas y sobre todo los motivaba hallar la salvación espiritual al luchar por los ideales cristianos.
Hubo en total ocho cruzadas, entre los siglos XI y XIV.
La Primera Cruzada, desarrollada entre 1096 y 1099, estaba integrada por una parte por la llamada Cruzada de los pobres, que reunió desorganizadamente a mucha gente humilde, dirigidas por Pedro el Ermitaño. Este grupo fue literalmente masacrado.
Mejor suerte corrió la llamada Cruzada de los Príncipes, más organizados, con fuerzas provenientes de Francia, Países Bajos y Sicilia, que pudieron tomar Jerusalén en 1909 y obtener cuantiosas ganancias con las que crearon cinco estados feudales (entre ellos, el reino de Jerusalén, el principado de Antioquia, el condado de Odessa y el de Trípoli) y numerosos castillos. Sin embargo, no midieron el costo de la represalia que no tardó en llegar. Los turcos se apoderaron de uno de los cinco estados, el de Odessa.
La Segunda Cruzada fue organizada por San Bernardo, y en ella tomaron injerencia activa los reyes cristianos, sobre todo el de Francia, Luis VII y el emperador germano Conrado III, pero no obtuvo los logros esperados.
Los turcos reconquistaron Jerusalén en el año 1171, gracias a la acción unificadora de los reinos musulmanes, realizada por Saladino, sultán de Siria y Egipto, hombre de gran carácter y humanidad que ocupó además toda la Siria musulmana y una parte de los países situados más allá del Éufrates medio.
Todo se precipitó por la acción de Reinaldo de Châtillon, que se dedicó a violar las treguas y a la piratería, e incluso atacó la caravana que integraba la hermana de Saladino, quien fue asesinada, provocando la ira del sultán, quien juró venganza. Esta se concretó luego de la derrota cristiana en la batalla de Cuernos de Hattin ocurrida el 4 de julio de 1187, oportunidad en la que Saladino ejecutó al asesino de su hermana.
El fracaso de la Tercera Cruzada puede atribuirse a la enemistad entre Francia e Inglaterra y entre el imperio de Oriente y los cristianos de Occidente. Fue convocada por el papa Gregorio VIII, con la participación de numerosos monarcas, entre los que se destacó Ricardo Corazón de León, que logró apoderarse de Acre el 13 de julio de 1191, y se puso al frente de la Cruzada, firmando una tregua con Saladino, iniciándose un período de paz, a pesar de la muerte del sultán ocurrida pocos meses después.
La Cuarta Cruzada fue contra Egipto, por ruta marítima y no incluyó monarcas, estando organizada por el Papa Inocencio III en el año 1199. Sin embargo una confabulación entre quienes dirigían la Cruzada dirigió el objetivo hacia Constantinopla.
Llegados a Bizancio instalaron en el mando a Alejo IV, quien fue depuesto recayendo el mando en Alejo V; pero los Cruzados lograron imponerse y exterminaron a los cristianos ortodoxos, determinando la extinción del Imperio Bizantino, que quedó sumamente debilitado, oportunidad que luego aprovecharían los turcos en 1453, para asestar el golpe definitivo. Fue una cruzada de cristianos contra cristianos.
Las siguientes cruzadas recibieron el nombre de bálticas, por estar dirigidas contra los paganos de la cuenca del báltico y fueron realizadas entre los siglos XII y XVI, por Dinamarca, Alemania y Suecia.
La Quinta Cruzada fue obra de Inocencio III y se llevó a cabo en el año 1218, con la intención de conquistar Egipto, pero fracasó.
La Sexta Cruzada se realizó sin permiso papal, en el año 1228 y fue realizada por Felipe II. Logró reconquistar Belén, Nazareth y Jerusalén, convirtiéndose en su rey por decisión personal, aunque Jerusalén fue nuevamente ocupada en el año 1224.
La toma de Jerusalén motivó la Séptima Cruzada, organizada por el rey Luis IX de Francia, pero fue un fracaso rotundo, culminando con su líder prisionero.
Sin embargo, no desalentado aún, Luis IX, una vez en libertad, organizó la Octava Cruzada en el año 1269, con peor suerte aún que la anterior, ya que falleció en Túnez víctima de la peste junto a una gran parte de su ejército en el año 1270.
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